Todo aquel enfermero que haya trabajado en una unidad de hospitalización podrá corroborar que son muchas las ocasiones en las que la carga de trabajo de la enfermera es tan importante que no puede hacerse todo lo que se quisiera y, en ocasiones, se tiene la sensación de pasar poco tiempo con el enfermo.
En nuestro desfasado modelo biomédico la carga de trabajo de la enfermería de planta se circunscribe, en un alto porcentaje a tareas delegadas. O eso es lo que parece.
La toma de constantes, el control de la glucemia capilar, los cuidados de los accesos venosos…suelen considerarse tareas delegadas o con el, para mí eufemismo, manido nombre de tareas interdependientes o de colaboración. Cuestión que por sí sola ha de dar para varias entradas. No niego la existencia de tareas delegadas, cuyo máximo exponente es la administración de medicación, pero la idea de interdependencia es, para mí, otro cantar.
La presencia, en los tratamientos médicos, de indicaciones como “Control de constantes por turno”, “Cura de la herida quirúrgica” o, incluso, “Cambios posturales”, pueden haber generado, aún en enfermeras de formación universitaria, la identificación de esas actividades como propias de la medicina y delegadas por ésta a la enfermería.
El seguimiento de algunas de estas indicaciones (que en más ocasiones de las que pensamos son producto de un listado memorizado por el médico) que aparecen, tratamiento a tratamiento, ya se trate de un enfermo en el postoperatorio o de una persona con lumbalgia, consume una gran cantidad de tiempo de la enfermera.
¿Cuánto tarda el enfermero en tomar la tensión arterial a sus pacientes, en mi entorno entre 12 y 18, en cada turno? ¿Precisan todos los pacientes el control de constantes cada 8 horas?
La justificación de tomar las constantes con mayor o menor frecuencia reside en el criterio del enfermero, que es el que monitoriza y actúa sobre las respuestas de la persona a distintas situaciones.
Para poder decidir, claramente, los cuidados que debemos prestar es fundamental definir el problema y los diagnósticos enfermeros y la taxonomía NANDA son, a pesar de continuar presentando numerosos problemas y bastantes posibilidades de mejora, una buena herramienta para planificar y registrar nuestro trabajo (junto a las otras taxonomías NIC y NOC).
No es lo mismo tomar las constantes vitales por un “riesgo de sangrado” con la intervención prevención de hemorragia, en una persona en las primeras 24h de la realización de una cirugía abdominal, que hacerlo por un “riesgo de caídas r/c toma de medicación antihipertensiva” que depende, muy mucho de qué tipo de medicación, dosis, hora de administración y tiempo que la persona esté tomando dicho fármaco se trate.
También será importante valorar la toma de constantes y su frecuencia en un “exceso de volumen de líquidos” como consecuencia de una insuficiencia renal crónica y será en relación, por ejemplo, a la intervención enfermera “monitorización de líquidos”.
Lo que está claro es que el proceso enfermero ha de servirnos para planificar las actividades y para justificar nuestras actuaciones y puede liberar parte de nuestro precioso tiempo para realizar actividades que, actualmente, no podemos porque, con una ciega obediencia propia de siglos anteriores, lo perdemos en realizar una actividad con una frecuencia superior a la necesaria porque “el médico lo ordena”.
Es necesaria por tanto la investigación para descartar costumbres que fomentan la realización de intervenciones o actividades cuyo único resultado es la pérdida del valioso tiempo del enfermero y la no posibilidad de realización de otras intervenciones que sí pueden producir cambios sustanciales en el estado (resultado) final del paciente.
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