martes, 27 de marzo de 2012

Nubes y claros

No me dispongo a predecir el tiempo climatológico que tendrá nuestro país en las cercanas jornadas “semanasanteras”, el título de esta entrada hace referencia a las sensaciones sobre mi profesión, mis compañeros y yo mismo, que tengo de un tiempo a esta parte.

Por supuesto, no es la primera vez que percibo una dualidad inquietante, por lo extrema, en la enfermería, si bien, creo que es la única en que, en pocos días, he pasado, como en una montaña rusa interminable, de tener una esperanza enorme en el futuro de nuestra disciplina a pensar que nada vale la pena y que, quizás, la mejor solución debería ser apagar la luz y cerrar la puerta despacito... y vuelta a empezar.

Quizás, esta especie de pseudotranstorno bipolar no diagnosticado, se vea agudizado por el ambiente de desengaño, desilusión y cabreo colectivo que estamos sufriendo en todos los ámbitos de nuestra sociedad y en el entorno laboral con más fuerza… o quizás no.

Puede que sólo sea una de las múltiples dualidades a las que estamos acostumbrados los enfermeros desde que nos encontramos, por unas u otras razones, atravesando el umbral de la escuela, ahora facultad, de enfermería, debatiéndonos entre actividades independientes e interdependientes, entre trabajo por tareas o por paciente (dilema, éste, cada vez, por fortuna, menos frecuente), DUE o ATS (o enfermero o practicante), tradición o progreso y, como gran estrella invitada, el modelo bifocal de Carpenito (Diagnóstico de enfermería o Problema de colaboración).
Con todo este historial y bagaje enfermero no ha de extrañarnos que existan, grosso modo, dos tipos de enfermeros que, juntos, suman a la enfermería en una disciplina llena de nubes y claros.

Empezaré por las nubes, con la intención de pasar cuanto antes el mal trago y terminar con el dulce, que nos debería dejar, espero, buen sabor de boca.

Las malas noticias, que no son nuevas, y que han estado nublando mi visión de la enfermería recientemente, son las de siempre.

Llevamos 35 años en la Universidad y, aún teniendo en cuenta las dificultades para acceder al máximo nivel académico (doctor) hasta hace poco tiempo, no hemos evolucionado, progresado, en nuestra disciplina como era de esperar.

Supongo que es común a muchas disciplinas la existencia de profesionales que, en su actividad diaria, no aspiran a nada más que a pasar cuanto antes, y con el menor esfuerzo, sus horas de trabajo, sin pensar, ni un momento, en hacer algo que pueda mejorar su labor o cuestionarse que su forma de trabajar no es la mejor y quizás debería plantearse un mínimo de formación, aunque no sea lo suficientemente continuada como sería deseable.  Pero, eso, como decía, es común a todas las disciplinas.

El problema aparece en toda su amplitud cuando su actitud, junto con otras, se filtra, empapando a toda la enfermería de un aura de poca, o ninguna, capacidad de resolución, hasta el punto de impedir que la sociedad vislumbre nuestra labor, más allá de la de chicos para todo y ayudantes del médico.
Sin embargo, mayor es el problema, de que sean tus propios compañeros los que vislumbren ese aura de incapacidad y miedo a tomar decisiones. Y, lamentablemente, pasa más veces de lo que parece.

Los profesionales enfermeros nos caracterizamos por ser la disciplina sanitaria que más autonomía pide e intenta que no se les vea como subordinados del médico, sin embargo, da la sensación de que es la que más dependencia tiene de los profesionales médicos, la que no decide hacer nada que no esté protocolizado o anotado en una prescripción médica.
Sé que no todo es así, pero eso forma parte de los claros.

Es significativo que disciplinas que se han desmembrado, en el último siglo, de la enfermería, su rama madre, proporcionan una imagen más independiente y madura que la disciplina de la que nacieron. Hablamos de odontología, fisioterapia y podología. Su aspecto de disciplina y profesión independiente, aunque relacionada, con la medicina está a años luz del de la enfermería.

A estos profesionales acude la población directamente, sin intermediarios. Sin embargo, ¿cuántas personas acuden a un enfermero sin que los derive un médico?
¿Para qué van a venir si no es para tomarles la tensión o para ponerles un inyectable? ¿Acaso sirve un enfermero para otra cosa?
¿Qué van a pensar si ven que muchos enfermeros no son capaces de coger un bisturí y drenar un absceso o extirpar un quiste subcutáneo, a pesar de que la cirugía menor pueden realizarla perfectamente? ¿Qué van a pensar si el enfermero deriva al médico a una persona por una leve deshidratación que se soluciona con un aumento de la ingesta oral de líquidos? ¿Qué van a pensar si muchos enfermeros no son capaces de auscultar los pulmones en busca de secreciones para planificar un mejor drenaje de éstas y una eficaz limpieza de las vías aéreas? ¿Qué van a pensar si los profesionales que más técnicas realizan nunca las hacen como consecuencia de una planificación/tratamiento propio o, simplemente para realizar una valoración enfermera que nos ayude a delimitar el problema y darle solución desde nuestra disciplina?

Seguimos culpando a las grandes cargas de trabajo derivadas de las prescripciones médicas y a la poca visión de las distintas direcciones y gerencias (que también tienen parte de culpa) para no asumir que no realizamos intervenciones con autonomía a nuestros pacientes por miedo a la responsabilidad que hemos de asumir, porque nos dejamos arrastrar por la corriente ancestral de realizar sólo las tareas prescritas por otros profesionales e intervenir por nosotros mismos ante situaciones no esperadas y, siempre y cuando no tengamos un teléfono cerca para llamar al médico o salir por la tangente con el socorrido “pregúntele al médico cuando venga”, o, simplemente, porque no nos da la gana.
Pero, ¿de qué nos vamos a extrañar cuando muchos enfermeros empezaron a pasar alguna escala de valoración cuando la dirección de enfermería obligo a ello? Y lo hacen de forma mecánica, sin verle la utilidad al instrumento y/o las consecuencias del resultado.

En ocasiones, como con un sexto sentido, veo enfermeros muertos, autómatas que sólo siguen su programación establecida. Y me pregunto si puede existir un problema en la formación pregrado o somos demasiado influenciables por nuestro entorno laboral que nos hace renunciar a nuestros convencimientos previos y acabar integrando el rebaño que el médico pastorea.

Sin embargo, entre los nubarrones aparecen varios claros por los que se vislumbra un amplio y luminoso futuro, con enfermeros que innovan, que planifican sus cuidados, que investigan, que buscan la evidencia científica para incorporarla a su práctica. Enfermeros que solucionan problemas de salud o realizan prevención y promoción de la salud. Enfermeros que hablan con otros sobre como tratar mejor a un paciente. Enfermeros que diseñan y validan instrumentos de valoración, y utilizan los ya existentes, para diagnosticar y tratar mejor. Enfermeros que se meten en el “marronazo” de la administración, gestión, dirección…con el único fin de mejorar la atención al paciente y mejorar el trabajo enfermero, peleándose con quien haya que pelearse.

Y todo esto se está haciendo a día de hoy.

Hay quien dice que es normal esta dicotomía, que estamos en una fase de preciencia, que el futuro será mejor... sólo me preocupa la sensación de que quizás estemos haciendo algo mal y que ya deberíamos haber pasado, si no todo, si la mayor parte del periodo de preciencia. Otros parecen haberlo hecho con, a priori, los mismos handicaps que nosotros.

Imagen obtenida de: www.imagenespedia.com